google.com, pub-2882093568317881, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Paraguay way: diciembre 2015 google.com, pub-2882093568317881, DIRECT, f08c47fec0942fa0 google.com, pub-2882093568317881, DIRECT, f08c47fec0942fa0

Cuentos del Paraguay: "El hambre es cosa seria" (guaraní-castellano)



Ñembyahýi tuicha mba'e (káso)

El hambre es cosa seria (narración)

Mombe'uha: Derlys Fernández(Narrador)[1]
   Aikotevẽ ningo kuri amboguata che rymba kuéra ajogua ramo va'ekue che ñúmeve, namombyrýiva upégui. Ambyaty che rembirapicha kuéra upe tembiapo ĝuarã, ha sapukáipe rosẽ tapépe.   Necesitaba arrear el ganado recién comprado hasta mi campo, que no quedaba lejos de allí. Reuní al personal para el trabajo, y a los gritos nos pusimos en camino.
   Roĝuahe rire, rombyaty che rymba ambue kuéra ndive roipohano haĝua, korápe. Ore reta rupi, roikopa kuarahy oike mboyvemi.   Luego de haber llegado, los reunimos con los otros animales para vacunarlos, en el corral. Como éramos muchos, terminamos poco antes de entrar el sol.
   Oĝuahéramo pytumby, rojahupa rire, roñembyatypa ropytu'u haĝua, ha roñemongeta mba'éichapa rohasa kuri upe árape. Upéichante avei, rokasea ojehu va'ekue oréve, rombohasa haĝua ára pukamírehe, ñemoko'íme. Upe pyharépe ro'y porã kuri, upévare rojo'apa rojepe'e tatajerére.   Al atardecer, después del baño, nos juntamos todos a descansar, y conversamos de cómo pasamos el día. Asimismo, comentábamos de sucesos pasados, para pasar el tiempo con bromas, entre algunos tragos. Esa noche hacía frío, y por eso estábamos encimados alrededor del fogón.
   Oĩ ra'e ore apytépe peteĩ che rembirapicha, Kali, ivare'a karia'ýva, ha oikuaaséma rupive mba'étapa ore karupyhare, ohóje omaña ñemi mba'épa oĩ hína tataypýpe... ha upépe ohecha ndaje ra'e ojejapoha vori vori. Ore kóva ndoroikuaái kuri upérõ.   Había sido que uno de mis empleados, Carlos, ya tenía mucha hambre, y como quería saber qué se hacía para la cena, fue a husmear qué había en la cocina... y vio entonces que se estaba haciendo vorí-vorí[2]. Nosotros no lo sabíamos entonces.
   Roñehenoipámaramo rokaru haĝua, roho roguapypa ore hi'upy renondépe, ha katu Kali opyta ijapykápe, upe oĩ haguépe. Heta ningo rohenói chupe, ha ndouséiramo ha'e, roimo'a kuri ndokaruseiha, ha roñembyesarai chugui.   Cuando nos llamaron a la comida, fuimos todos a sentarnos frente a los platos, pero Carlos quedó en su asiento, donde estaba. Le llamamos repetidamente, pero como venía, creímos que no quería comer, y lo olvidamos.
   Upe tembi'u heterei kuri, upépe roĩ haguéicha (rokaru va'ekue) roime oñondive. Kali katu ñamo'ã noñangekóiva, ha rohopa roñeno roke haĝua.   La cena estaba deliciosa, en eso todos (los que comimos) estuvimos de acuerdo. Carlos no parecía alterarse, y fuimos todos a acostarnos para dormir.
   Upémaramo Kali omombe'u oréve mba'érepa ha'e ndokarúi: Omaña ñemi rupi karu mboyve, ohecha ndaje machu ndorekoiha ijyva asu, ha ijakatúa rupive ombuapu'a umi vori vorirã upe ikámare. Jepéro ha'e iñembyahýi kuri, ndo'u mo'ãi asy upéva.   Fue entonces que Carlos nos reveló porqué no había comido: Al espiar un rato antes, descubrió que la cocinera no tenía el brazo izquierdo, y con su diestra preparaba las bolitas del vorí-vorí amasando contra su pecho. Por más hambre que él tenía, no era capaz de comer tal cosa.
   Ko'ẽrupi, apáyramo, ahendu sapy'a kuña oga jára, ore machu upe pyhare ambuépe, oja'o iméname hína, ha'e ndoñangarekói haguére vaicha peteĩ mba'e che ndaikuaáiva.   Al amanecer, cuando desperté, oí que la dueña de casa, nuestra cocinera de la noche anterior, estaba increpando a su marido, por algo que parecía él debía haber cuidado.
   Apu'ã meme ha aha aporandu mba'épa oiko hína. Upe kuñakarai omombe'u chéve ha'e hasyha tevipytãsẽgui, ha orekoha itypy'a rapo ha'e oguapyha hi'ári hikóni kuarahy osẽramo, ha iména oĩméne ohejaha ohupi'ỹre upe ipohã, ha oimeneha jagua ho'u raka'e.   Me levanté y fui a preguntar qué estaba sucediendo. La señora me contó que ella sufría de hemorroides, y que tenía un cuajo sobre el cual siempre se sentaba al amanecer,[3] y que su marido debió dejarlo sin alzarlo, y que posiblemente el perro lo había comido.
   Ndaikatúi háicha che amyatyrõ upe tekope'ỹ, ajevy che irũ nguéra ndive ha amombe'u ichupe kuéra oiko va'ekue ore machu ha iména rehe.   Como no podía resolver el problema, volví junto a mi gente y les comenté lo que había sucedido con nuestra cocinera y su marido.
   Ha upémaramo Kali omombe'u oréve ha'e ojapo va'ekue: Ha'e ndo'uséi haguéicha upe vori vori oñembuapu'a va'ekue ore machu kámare, oñeno ra'e ho'u'ỹre mba'eve, ha ndaikatúi ndaje oke vare'águi... ha upéramo, ore rokepa rire, omoka'ẽ tatápe upe typy'a rapo ojuhu va'ekue osaingo ogahojágui, ha ho'úje ha'e hi'añoite.   Y fue entonces que Carlos nos confesó lo siguiente: Como él no quería comer el vorí-vorí que fue abollado por el pecho de la cocinera, se acostó sin comer nada, pero no pudo dormir del hambre... y entonces, cuando ya todos dormíamos, asó al fogón el cuajo que encontró colgado del techo, y se sirvió él mismo.

[1] El Dr. Derlys Fernández Chaves es cirujano de Yuty, dpto. de Caazapá, Paraguay. El suceso lo narró en guaraní en forma oral.
[2] El vorí-vorí (a veces escrito como borí-borí), una comida tradicional paraguaya, consiste en una sopa (caldo) con pequeñas albóndigas de maíz, de alrededor de 1 cm de diámetro.
[3] El cuajo es uno de los estómagos de la vaca. En la medicina popular, la hemorroides se combate entibiando el cuajo y sentándose encima por algunos minutos al día.
Redactado por Manuel F. Fernández - © www.guaranirenda.com - 2002

Cuentos del Paraguay: "La sequía"

No se movía ni una hoja. Los árboles del patio subsistían suspendidos en el silencio brillante del verano untuoso y cruel. Los pájaros con los picos entreabiertos oteaban la tierra escudriñando ilusoriamente algún vestigio de humedad. La capa del suelo rojo exponía grietas enormes que parecían agrandarse más cada día y dibujaba en forma caprichosa un raro mapa de una geografía exótica y polvosa. ¡Esta sequía que acompaña esta guerra, tan interminable como la guerra misma!
La vieja se tambaleaba a causa de sus múltiples achaques y por el peso de sus años incontables. Con un gran esfuerzo y hasta con dolor, se arrastraba con una palangana desportillada llena de agua para regar las pocas plantas que aún no habían perecido. El batallar del riego parecía cansarla cada vez más y más. Pero le gustaba observar algún vestigio de verde en la casa.
La trajeron de muy pequeña, hacia fines de la guerra grande, de la lejana Villa de Curuguaty, que antes había servido de refugio a Artigas, pero durante la guerra sucumbió al igual que muchas otras poblaciones del interior del país por donde asolaron los rapai.
Con la ayuda de Colá, su nieto, logró levantar un rancho en Villa Aurelia y entre los dos hicieron una huerta donde sembraron tomates, repollos y lechugas. Después, quedó sola y siguió cuidando su huerta, cada vez más pequeña, al alcance de sus fuerzas.
Esa noche no pudo dormir por el calor. Las paredes del rancho rezumaban un agua de color marrón. Miró el nicho de barro pintado de azul, y por un rato se quedó en profundo trance. Oraba con unción. Desde el techo de paja caían gotas. Era el barro mezclado con escarcha. Un desmoronamiento gradual que no le preocupaba. En última instancia un poco de rocío era siempre una ayuda para sus plantas. Se levantó temprano para ver sus repollos y los otros almácigos. Las hojas estaban alicaídas y habían soportado hasta el día anterior los fogonazos constantes e implacables del sol. La vieja sabía que los repollos estaban muy débiles, menudos, y de ahí a que arrepollasen sólo Dios podría decir.
Miraba la huerta impasible. Los surcos profundos de su cara morena, los cabellos grises y lisos, su cuerpo pequeño y arrugado vigilaban la existencia del rancho. Mejor, daban savia en cierta forma a su kulata-jobai, su rancho rodeado de laureles, timbós y lapachos.
Llegaba hasta el pozo lentamente con la marcha imprecisa de sus pasos pequeños, y descargaba los baldes de agua en la sufrida palangana. La tarea casi ritual de rociar apenas con algunas gotas de agua fresca las plantas de su huerta, le producía gran placer. Se podía adivinar en su rostro algo así como una sonrisa o un gesto apacible.
Una tarde de calor enervante fue al pozo. Lanzó el balde y al levantarlo escuchó un crujido diferente al de la roldana. Notó que el peso que iba tirando era muy superior al de otras veces. Con desfalleciente dificultad logró desaguar el balde y arrojó el contenido en la palangana, que en vez de agua, era un lodo gris, denso y mucilaginoso; la vieja no quiso creer. Miró el pozo desde el brocal y no vio el brillo familiar del cielo o el reflejo del sol. Frente a sus ojos, un ciego túnel le robó sus esperanzas. Miró arriba. Una bóveda azul, clara e impasible. El sol estaba entrando y el arrebolado vespertino con todos sus matices del naranja al rojo, iluminaba el patio... "Si estuviera mi nieto ¡cuánto hubiese hecho!". Volvió despacio al huerto y miró sus verduras con tristeza. "Alguna vez va a llover, no es posible que esta sequía dure toda la vida...".
Pensaba o rezaba. Era difícil saberlo. Pareciera que hablase a sus almácigos sedientos. "Mi nieto querido, no llueve, el patio se pone más triste cada día, se va secando todo...".
Serían las cuatro de la tarde cuando varios uniformados de cara entre hosca e indiferente golpearon al portón. La vieja tardó mucho rato en llegar hasta ellos. Vino arrastrándose y tratando de ver con su ceño arrugado lo que sucedía en la calle. Al principio vio bultos indefinidos y no pudo distinguir muy bien las formas. Después comprendió que era un grupo de personas que hablaban. Uno de ellos en forma brusca gritó:
—Aquí vive un emboscado y tenemos orden de llevarlo.
La vieja no entendió de qué hablaban ni qué significaba la imprevista aparición de tanta gente. Calladamente levantó el alambre enrollado que trancaba el portón.
—Pasen —dijo—, como si comprendiera que era una obligación ceder ante la autoridad.
Varios soldados y un policía local empujaron el portón que se abrió con dificultad. Los palos de abajo arañaban la tierra. Tuvieron que alzar el portón para que cediese y después levantarlo de nuevo para cerrarlo. Una vez dentro del patio, el que actuaba de jefe del grupo se dirigió a la anciana y le dijo:
—Vamos a revisar toda la casa. Por la comisaría local sabemos que usted guarda a un emboscado.
La vieja no dijo nada. Miraba a los soldados que estaban uniformados de verde oliva, al policía y al jefe, con cierto dejo de perplejidad. Y no perdió la calma en lo más mínimo.
—Pasen che karai kuéra, —les dijo— y miren todo lo que quieran.
Hablaba con cierta tristeza y muy quedamente.
Los soldados entraron en el rancho, fueron al patio, examinaron la huerta, registraron los alambrados, el laurel centenario con sus ramas exuberantes y florecidas, el tatakuá medio arruinado y con restos de ceniza remota. Entraron después en las piezas y precipitadamente husmearon los cajones, los armarios desvencijados, los colchones, las basuras, en fin todo lo que existía en el rancho. Uno de los soldados salió trayendo un pantalón gris y un saco roto en el lomo.
—Y esto, ¿a quién pertenece? —inquirió en forma triunfal, como queriendo decir que por fin había hallado algo comprometedor.
El policía agregó:
—Yo sabía que había más gente en esta casa. No trate de embromamos. Cuéntenos de una vez por todas a qué hora vuelve el que buscamos y lo esperaremos aquí.
La vieja no contestó enseguida. Pensó un largo rato. Como si se esforzara por hallar una respuesta adecuada. No le salían las palabras con facilidad. Cerraba los ojos y movía la cabeza.
—Conteste de una vez y no nos haga perder el tiempo, —dijo un soldado.
La vieja seguía como dudando sin responder. Finalmente mirando al policía pudo balbucear confusamente algunas palabras:
—Colá suele venir por las noches, especialmente cuando hay amenazo. No siempre es posible que venga. Depende de muchas cosas. —Y calló.
El policía habló con los soldados. El jefe, articulando claramente las palabras, se dirigió a la vieja:
—Tráiganos unas sillas y tereré pues vamos a esperar a Colá. Seguro que él viene cada noche. Y usted no nos quiere contar la verdad. En todo el país hay gente que se esconde, hasta en los aljibes. Tenemos orden de llevar a todos los que se hallen en edad militar. ¿No sabe usted que estamos en guerra con Bolivia?
La vieja no contestó. Después de un rato, se escuchó el clás clás de su zapatilla de tela cuadriculada llena de remiendos. Volvió empujando una silla. Uno de los soldados la ayudó y trajo otra.
—Es todo lo que tengo. No me las rompan por favor.
Retornó a su pieza y trajo yerba, una guampa y una bombilla:
—En el cántaro hay agua.
Un soldado trajo el cántaro de la cocina. Se pasaban la guampa por turno, casi sin hablarse
entre ellos.
—A veces vale la pena esperar —dijo el policía—, pues ya van siendo escasos los que logran esconderse. Últimamente en la campaña reclutamos varios miles y la guerra no lleva trazas de terminar.
El jefe, que sin dudas tenía prisa, se levantó y volvió a dirigirse a la vieja:
—Mire abuela, ¿por qué no nos cuenta de una vez dónde está Colá? Si usted nos ayuda, todos saldremos ganando.
La vieja al parecer no comprendió lo que acababa de oír y contestó como hablando consigo misma:
—Y sigue sin llover. ¡Qué difícil la vida! ¡Antes me ayudaba Colá pero ahora estoy tan
sola!
El policía que estaba atento a lo que decía la vieja le contestó con brusquedad:
—Todas las noches la escuchan a usted hablar con alguien. Tenemos informes, así que no trate ahora de esconder la verdad... ¿Entiende?
Pasó un largo rato de quietud. El tereré corría y se notaba impaciencia en el policía y en el jefe.
Súbitamente la vieja miró el cielo y se puso eufórica: a lo lejos se escuchaban truenos y se veían relámpagos. Iba a llover y bien pronto.
—Va a venir Colá! —gritó. Siempre que llueve viene a verme. ¡Qué alegría, me hallo tanto!, —exclamó mirando a los soldados, al jefe y al policía.
Al cabo de un rato un aguacero violento arremetió con furia y tuvieron que entrar al rancho, hacinados, pues no había espacio para todos. El techo de paja tenía enormes goteras y en ciertas partes de la pieza en que dormía la anciana era como estar dentro de una jaula de alambres. El jefe miró la pared de barro del rancho y leyó algo que estaba enmarcado. Parecía un recorte a primera vista. Le tocó el hombro al policía. Y éste, a medida que leía, se iba quedando serio. Los colores de su cara fueron reemplazados por un amarillo verdoso. No era un recorte sino una comunicación del alto comando del ejército. La firma era ilegible pero el texto estaba claro. Los demás soldados por orden del jefe fueron leyendo lo mismo. El chubasco iba disminuyendo gradualmente y al poco tiempo el sol volvió a brillar. De a uno, fueron saliendo todos del rancho. El jefe se acercó a la vieja y con raro acento le tendió un billete de cien pesos y le dijo:
—Perdone abuela.
Al salir cerraron el portón y escucharon a la vieja que gritaba llena de júbilo:
—¡Colá, mi querido nieto, por fin viniste! ¡Tanta falta hacías en medio de la sequía!
En el patio, las plantas de tomate habían ganado algún color. La tierra olía a yerbas, a vientos y a flor de laurel...

( Del libro Incunables 1987) 
RODRIGO DIAZ-PEREZ
(Asunción, 1924)

"Combo Caacupeño": Chipa con butifarra, el menú infaltable en Caacupé


Chipa con cocido para el desayuno y chipa con butifarra para el tereré rupá es el menú más económico y buscado por los peregrinos en Caacupé. Unos 14 vendedores se encuentran apostados detrás de la Basílica y otros en el paseo peatonal al costado de la misma.

El "combo caacupeño", como se lo conoce, cuesta G. 4.000; la chipa se vende a G. 2.000, y ya es opción de cada uno acompañarlo con una butifarra o un vaso con cocido, que también están a G. 2.000.
Máxima Noguera, una pobladora de la zona, se instala cerca de la Basílica, cada año, en compañía de sus hijas para vender chipa, cocido y butifarra.
"Vendo esto desde hace 32 años y estamos 24 horas desde el 28 de noviembre hasta el 8 de diciembre", relata la mujer.
Recuerdos. Los que llegan a la Villa Serrana, por lo general, quieren llevar algúnsouvenir o regalos.
Los locales comerciales que se encuentran en las calles aledañas ya renovaron su stock para la ocasión, mientras que otros, como cada año, se ubican en el paseo peatonal que va desde la Basílica hasta la zona comercial.

En ese lugar se puede encontrar rosarios desde G. 5.000, remeras con la imagen de la Virgen desde G. 15.000 hasta G. 35.000, imágenes de la Virgen de Caacupé en todos los tamaños y precios. La más cara cuesta G. 250.000.
También pueden adquirirse velas, pantallas, sillas plegables, sombreros, kepis, zapatillas, cruces luminosas y pañuelos.
Tatuajes. En medio de las imágenes sacras y cruces que se encuentran a la venta está un puesto de tatuajes temporales donde un joven se encarga de realizar las pinturas con diseños propios o de acuerdo a lo que el cliente solicite. Los precios varían de acuerdo al trabajo y van desde G. 15.000. "Los tatuajes que yo hago duran entre 10 y 15 días y no todos piden el rostro de la Virgen o de Jesús", manifestó el artista.
Comedor. Desde el año pasado los vendedores ambulantes y comerciantes de alimentos que se encontraban al costado de la Basílica fueron reinstalados en el ex Mercado Municipal, donde cuentan con infraestructura necesaria.
Una de las cocineras y comerciantes comentó que allí ofrecen un techo que les cubre del sol y la lluvia, sillas y mesas, además de un servicio a bajo costo y con menú variado.
"Estamos desde las cinco de la mañana hasta la medianoche vendiendo comida recién hecha", explica María.
Precios. Pancho G. 3.000; butifarra G. 4.000; muslo de pollo G. 8.000; muslo de pollo con ensalada G. 10.000, morcilla a G. 5.000 y el plato de comida a G. 10.000.
El menú es variado, se encuentra desde comidas típicas, asaditos, embutidos hasta caldo de pescado y todo tipo de bebidas.
Los hoteles que rodean a la Basílica también ofrecen su gastronomía, así como los restaurantes y bares de la zona.
La gastronomía para los días de mayor afluencia en la capital espiritual del Paraguay no es un problema ya que existe variedad en menú y precios.

Fuente: http://www.ultimahora.com/

#MúsicaPY / Perla del Paraguay - Virgencita de Caacupé



Virgencita de Caacupé  
Ya la caravana, De los promeseros Asciende la loma De Caacupé, Campanas de bronce, Tocando oraciones Llaman a los fieles Con su canto dulce Para el ñembo´é.  Virgencita santa Recuerdo que un día Con salmo en los labios, Hasta tí llegué, Y allí de rodillas, En tu santuario Con fervor creyente, Como un peregrino Yo también oré.  Oh, Virgencita, De los milagros Tú; que eres buena. Oye mi ruego; Vengo a pedirte, Que tus perdones Lleguen a mí.  Caudal de hechizos Y de ternuras Hay en tus ojos, Que son azules Como ese cielo Que cubre el suelo Donde nací.  Un día quisieron, Llevarte muy lejos, Pero en un milagro, Dijiste tové; Desde entonces, ciego Creyente y sincero Tu fiel pueblecito;Virgencita blanca Se postró a tus piés.  Como en un misterio, De leyenda sacra Con salmo en los labios, Hasta tí llegué, Y allí de rodillas, En tu santuario Con fervor creyente, Como un peregrino Yo también oré.


#Libros: Emilio Salgari - Il Tesoro del Presidente del Paraguay


Tapa del libro (Novela) del escritor italiano Emilio Salgari (1863-1911) sobre la guerra del Paraguay.

Salgari es conocido por sus novelas en la Malasia (Sandokan etc.), y escribió el libro sin haber visitado nunca el Paraguay, por lo que tiene muchos errores geográficos e históricos.







El rescate del libro estuvo a cargo de Luis Fernando Meyer, quien de adolescente descubrió un libro de Salgari que hacía referencia al Paraguay. “No creo que fuese algo común estar a favor del Paraguay en la Europa de Salgari, ni aún entre los románticos como él, pues la única historia del Paraguay diezmado y arrasado que existía era la de los aliados vencedores. Tampoco le habrá sido muy fácil recabar la información a la que le condujo su investigación, evidentemente en bibliotecas”, reflexiona Luis Fernando Meyer en el prólogo de la obra.

Breve explicacion sobre el traje tipico de Miss Paraguay


De aqui es de donde sale la idea del traje tipico de Paraguay.

Llevará la inscripción "Paz y Justicia" en letras negras, distribuida en una orla sin color de fondo, de anchura equivalente a una doceava parte del círculo del escudo, de 135 grados de circunferencia, centrada en la parte superior. La figura del león, en su color natural, estará en posición sedente, de perfil mirando a la derecha del observador, en actitud rugiente y con la cola levantada, ondulante y sobresaliendo, ubicada al costado de sus extremidades posteriores. La pica debe ubicarse detrás del león, sobre el diámetro vertical, con largura proporcionada y con remate en su extremo superior por el gorro frigio rojo, símbolo de la libertad.
 Nuestra Reina Myriam Arevalos
La sexagésima cuarta edición anual del galardonado certamen de belleza “Miss Universo 2015”, bajo la nueva administración de la corporación "WME / IMG", será llevada a cabo en los Estados Unidos de Norteamérica entre las fechas 01 al 20 de Diciembre.
Exitos Reina..

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